día, al lado del presidente, convertido ya en ministro de educación, cuando mi corazón se rindió ante tu rostro varonil y tu sonrisa sarcásticalojusto. Que presencia, ¡por los clavos de Ikea! Que manera de razonar más zoqueta, de soliviantar las masas diciendo sandeces, de enemistarte con todos con tu verbo agraciado. Sí, soy consciente de que te puedo perder antes de empezar, pero déjame intentarlo. Tengo en contra, dos factores. Uno, que soy una madre de las que llamas izquierdistas radicales y antisistemas, de las que el próximo jueves convocan los paros estudiantiles. Dos: que, además, cágate Ignacio, soy valenciana; quiero decir, que mi lengua, lo siento vida mía, no es el castellano. Pero no te preocupes, puedo hacer, si me lo propongo y tú estás a mi lado, como Josemari: en la intimidad podría hablar español. ¿Qué te parece?
A favor. tengo sólo un argumento: te quiero. Sí, José, te quiero... te quiero señalar con el dedo, para que todos sepan quién es el individuo que salpica la sociedad civil con sus venenos viciados de césar trasnochado. Te quiero... resaltar que sólo eres lo que ha salido de la máquina de las elecciones una vez digeridos los votos. Te quiero... avisar que te estás quedando solito y que hasta el rey de los elefantes va por ahí preguntando por ti. Te quiero... aconsejar que salgas inmediatamente de Narnia y que vuelvas al siglo XXI de las libertades individuales y colectivas. Te quiero... recordar, finalmente, señor ministro y truhán, que, hagas lo que hagas y digas lo que digas, siempre, siempre, siempre, nos tendrás delante para responder a tus ataques a la única ley que acatamos y a la única religión que servimos: nuestra libertad. La de todos y todas.
Para todo eso, y más, te quiero, cachoministro.
Para todo eso, y más, te quiero, cachoministro.
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